David Niven
David Niven fue uno de los actores más característicos del cine sonoro. Debutó en 1935 en Hollywood y trabajó sin interrupción y buen ritmo hasta hace sólo unos pocos meses. A lo largo de estos casi cincuenta años, creó un personaje basado en la imperturbable flema británica, su nombre se hizo internacional y debió amasar una bonita fortuna. Niven pertenecía a la aristocracia inglesa por nacimiento, había recibido una sólida educación, trabajó como periodista en Canadá antes de debutar casi por casualidad como actor y siempre estuvo presente en su vida el interés por las letras. En su larga filmografía predominan las películas comerciales y sin mucho interés. Tras una primera parte en que destacan sus trabajos para Ernst Lubitsch, La octava mujer de Barbazul (1938), William Wyler, Cumbres borrascosas (1939), y Michael Powell, A vida o muerte (1946), llega el final de los cincuenta, que son sus años de gloria. En 1956 resulta ser el intérprete ideal del máximo exponente de la flema británica, el profesor Phileas Fogg, en La vuelta al mundo en ochenta días, la superproducción de Michael Tood, dirigida por Michael Anderson, sobre la famosa novela de Julio Verne. En 1957 realiza su gran interpretación, al encamar al padre de Jean Seberg en Buenos días, tristeza, la excelente adaptación realizada por Otto Preminger de la novela de François Sagan. Y en 1958 gana el único oscar de su carrera al interpretar a uno de los muchos personajes de Mesas separadas, la adaptación de dos obras de un acto de Terence Rattigan, dirigida por Delbert Mann. Después de una larga sucesión de películas sin excesivo atractivo, entre las que cabría destacar 55 días en Pekin (1963), de Nicholas Ray, y La pantera rosa (1964), de Blake Edwards, dentro de ese característico tono en exceso comercial. Convertido en uno de los más típicos actores de superproducciones internacionales, se pasó los últimos años de su vida viajando de país en país para encarnar su imperturbable personaje británico.